Lección 8:
Resulta que el resultado es la propia ecuación.
La verdad es que esto de ponerse en plan perro sabueso en una ciudad sin saber lo que buscas puede llegar a ser un pelín agobiante y cansado. Te encuentras tu solo ahí, sin saber muy bien donde mirar o en que fijarte. "¿Miro los portales?, ¿Miro las ventanas? ¿Que miro?".
La verdad es que si no fuera por la aparición del otro día no hubiera seguido saliendo de casa... Tanto el gato como mi musa me han dado algo de moral para seguir viviendo, supongo que incluso puede significar que echo de menos a la humanidad, y por eso estoy buscando la forma de volver a sentir el ajetreo, el murmullo constante, los gritos y las malas maneras. Será que si estoy solo no puedo sentirme especial, más educado que el resto de los simios con los que comparto vecindad y habitat. Si, tiene que ser eso, despues de todo tampoco está tan mal tener a una vecina cotilla y a un pastillero bakala como compañero de ascensor, echo de menos murmurar pestes cuando me encuentro al señor Manuel tirado, borracho, en el portal... Esto no lo puedo estar escribiendo yo, me provoca nauseas, parece una serie de cariñosos vecinos de un pueblo de 100 habitantes, me suicidaría si no fuera porque me intriga todo esto en lo que se ha convertido mi vida.
Giro una calle, miro dentro de una plaza, nada. Giro otra calle, me asomo a una avenida, nada. Es frustrante esta busqueda de algo que no conozco, en cierta forma es como cuando uno busca dentro de si mismo a su autentico yo, me recuerda a cuando apareció mi musa, eran momentos extraños y sin buscarlo aperció él y me otorgó todo esto, lo bueno y lo malo. Me dió un rico mundo interior, inmenso con multitud de historias que contar y que mi imaginación aún moldeaba más, todo lo que tengo dentro salió de pronto y se plasmó en cientos de folios, dibujos, imágenes... mi mente derrochaba creatividad y no me costaba nada encontrar la palabra oportuna o el sitio adecuado, aunque ahora soy incapaz ni tan siquiera de encontrar a los habitantes de esta estúpida ciudad. Miles de personas han desaparecido y el único rastro que tengo termina en mi... pero no se donde empieza.
Pero el mundo tiene que alcanzar el equilibrio, tan facil me resultaban antes las cosas que ahora es normal que me pierda en un puto vaso de agua, era tan sencillo todo, casi regalado, que ahora el precio que pago es la desesperación del fracasado, del que no pudo encontrar continuidad en la vida de sus semejantes y unicamente se rindió en el banco de un triste parque. Miro al horizonte, parece que es por la tarde, todo está en calma. Trato imaginarme a los niños jugando a un millón de juegos diferentes de los cinco continentes, una pelota, un disco, una cuerda, una rueda... Una caja, un aro, un palo...
Parece que mi mente me da el último chute de adrenalina antes de morir, como la última cena del condenado a muerte, que aguarda su destino solo esperando que Dios acabe con la Tierra justo antes de su ejecución y vengar todo lo que está pasando, la misma sensción de impotencia, el mismo derroche de imagenes que fluyen hacia mis ojos. Un niño se cae y el aro con el que jugaba se va rodando hacia un callejón, se pierde en las sombras y el niño llora, se queda en el umbral donde termina la luz y llora mirando hacia donde está el juguete. Su cara refleja exactamente mi mundo interior, agazapada mi alma no tiene valor para adentrarse en las tinieblas y recuperar lo que me pertenece, lo que es de todos, el tiempo y el espacio... Quiero ayudar al niño, pero no soy capaz de imaginarlo entrando en su infierno y recuperando su propia alma. Me esfuerzo todo lo que puedo, pero no puedo, supongo que mi cabeza ya no da más de si, que esto es el final, que moriré solo y con un hilillo de baba surcando mi cara, y las lagrimas contenidas en los ojos...
Pero esto no puede ser, el niño me mira, y en ese momento su llanto se corta y esboza una sonrisa, le debo parecer un superheroe que salvará su aro, me estoy imaginando cosas muy raras, esto no existe, son fantasmas de mi propia frustración, eter, gas, aire y aún así el niño me está mirando y leo sus labios:
- No puedo entrar
Todo se vuelve claro con esa frase, el laberinto se resuelve como un sencillo puzle de dos piezas. Me levanto y me planto al lado del niño, mirando hacia el callejón, no es que haya estado ciego, esque no se puede ver lo que no existe. Aunque en este caso no se si el que no existe es el callejón o yo mismo. Al mirar hacía la Nada me parecía estar observando mi propia ignorancia. El corazón mandaba la sangre contra mis sienes con toda la fuerza que era capaz, pero no conseguía dar el ultimo paso, abrir la última puerta. La pregunta era sencilla, ¿porque no existe el callejón? Pero la respuesta escapaba a lo que era capaz de procesar en ese momento. Los niños habían desaparecido y ya era de noche, volvería a casa y proseguiría mañana.
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